jueves, 13 de febrero de 2014

Aprender a emprender

Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sino que primero has de evocar el anhelo del mar libre y ancho” - Saint-Exupéry

La empresa ejerce un liderazgo en la sociedad de hoy, en muchos aspectos (investigación, innovación, mercadeo, comunicaciones, servicios, control de calidad, etc.). A esa posición y a sus resultados organizacionales y económicos la han conducido personas con características especiales: emprendedoras, con capacidad directiva, líderes. Ese espíritu emprendedor propio de la empresa es válido para las personas en particular. Empieza realmente en ellas. 

Pero consideremos antes qué significa emprender. Emprender es mucho más que poseer información, que tener conocimientos o estar muy preparado. Se necesita convertir todo esto en acciones o realidades que demuestren que lo que se sabe y se conoce tiene validez en la búsqueda de contribuciones al desarrollo empresarial. 

Es necesaria la “sabiduría práctica”, es decir, saber interrelacionar los conocimientos y experiencias y traducirlos, convertirlos a realidades que funcionen, que produzcan determinados resultados, de acuerdo con los medios de que se dispone. 

Otro ingrediente importante para desarrollar la capacidad emprendedora es la actitud frente al riesgo, entendido no como el comportamiento irresponsable del individuo frente a situaciones peligrosas –temeridad–, sino como la preocupación permanente por retar la estabilidad de lo rutinario, por encontrar alternativas distintas para hacer las cosas.

Parte de la capacidad emprendedora son la imaginación, el entusiasmo y la motivación, que van muy unidas al espíritu creativo, que constituye un buen acicate para emprender. Un ingrediente fundamental de la persona emprendedora es la capacidad de soñar con nuevos horizontes, el afán de lucha permanente por lograrlos, y la actitud positiva de pensar siempre que son posibles. Para darse cuenta de si uno realmente desea un futuro mejor, lo mejor que puede ocurrir es hacer que suceda. 

La persona emprendedora tiene la capacidad para salirse del camino normal, para ver lo que otros no ven, para pensar y hacer lo que parece imposible porque para ella lo posible ya está hecho. De ver en cada cosa oportunidades para hacer lo que otros no hacen. 

El secreto del éxito por parte de quien emprende un proyecto, empresa u organización es estar permanentemente enamorado de ese proyecto, del propósito fundamental que lo anima y de las metas que quiere alcanzar. El origen de la palabra empresa está relacionado con el término antiguo “impresa”, que significa lema o divisa para distinguir una aventura caballeresca. Era el símbolo que los caballeros llevaban impreso en sus escudos o armaduras, que les recordaba a ellos y a los demás permanentemente el fin específico que se proponían. 

En el español de hoy lo relacionamos más con el término emprender: la tarea de un grupo de personas con el propósito determinado de producir unos determinados beneficios. Lo cual supone siempre una labor ardua o difícil. Sin este espíritu emprendedor no surgen ni prosperan las organizaciones. Entre los beneficios que produce la empresa están, desde luego, los económicos, para sus socios o dueños, para sus aliados estratégicos o grupos de interés, entre ellos sus empleados. Pero son igualmente importantes los beneficios de orden personal, todo lo que tiene que ver con el desarrollo y perfeccionamiento humano de su gente. 

También algo de lo que se habló ya, el capital intelectual: la experiencia y los conocimientos, el saber acumulado y práctico que hay en las personas (capital humano) y el que existe en la organización (capital estructural). Y finalmente, un beneficio que no puede faltar: la contribución de la empresa a la sociedad en la que está inmersa (responsabilidad social empresarial).

Por Jorge Yarce

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